Ne vous laisser pas consoler : DEMOCRACIA
Ne vous laissez pas consoler (No os dejéis consolar) es el último proyecto del colectivo madrileño Democracia, formado por Pablo España e Iván López (2006), llevado a cabo el pasado mes de septiembre.
El proyecto nace de la colaboración de Democracia con el colectivo Ultramarines, asociación de ultras del equipo de futbol Girondins de Burdeos. A partir de ésta colaboración, y con una notable base crítica ya característica de ellos, Democracia propone su intervención, consistente en la introducción de sentencias de marcado carácter político en un contexto tan poco habitual como es un estadio de futbol en plena ebullición, cuestionando así la propia lógica del espectáculo. Estas sentencias fueron exhibidas durante el partido del Girondins de Burdeos contra el Rennes el 27 de septiembre de 2009, a través de los productos de merchandising del club francés, utilizando sus colores, diseños e iconografía. Bufandas, banderas, banderines, camisetas y pegatinas intervenidas fueron expuestas en un stand móvil que se emplazó en los alrededores del campo.
Las máximas utilizadas han sido: “No os dejéis consolar”; “La verdad es siempre revolucionaria”; “Los ídolos no existen”; “Ellos mandan porque nosotros obedecemos”; “No tenemos nada salvo nuestro tiempo”; “El dolor es la única nobleza”; “El principal campo de batalla es la mente del enemigo”. La finalidad de la acción se centrará en la observación misma del cauce del espectáculo frente al choque de la introducción de unas referencias teóricamente muy alejadas del contexto futbolístico, aunque transmitidos a través de un medio familiar.
Rechazando de un modo frontal las teorías Debordianas sobre el espectador (“La sociedad del espectáculo”), Democracia integra el show del futbol en el discurso de Rancière y sus razonamientos a favor del “espectador emancipado”. Democracia parte pues de una concepción totalmente orgánica del espectáculo, del acontecimiento, del juego. Pues en un partido de futbol el espectador no sólo acude a una actuación para permanecer sentado en la gradería, más o menos próximo al campo según su suerte, sino que forma parte activa de la función, generando comunidad, participando plenamente de su proceso y evolución. Si bien Guy Debord atacaba el espectador por su carácter externo, contemplativo y absolutamente pasivo al propio espectáculo, entendiendo éste como una obra cerrada en ella misma, un ente excluyente por su misma autonomía, con la reforma del teatro y gracias a nombres como Artaud, Brecht y en el terreno de la crítica más reciente a Jacques Rancière parece ya una premisa ampliamente aceptada la consideración del espectador como parte generativa del espectáculo, más próximo a una performance compartida y regida por todas sus partes.