Me gusta pensar que la práctica artística nos dota de una capacidad y una vía para reflexionar sobre el mundo, abordar sus problemas (que son los nuestros), generar preguntas y, al mismo tiempo, ofrecer visiones de mundos posibles. Es un pensamiento que no ha hecho más que reforzarse a medida que trabajaba en este escrito, así que he de agradecer a ADN por la generosa invitación a reflexionar sobre estos temas. En tiempos de conflicto y crisis, como los que vivimos actualmente ¿pueden las prácticas artísticas emerger no solo como un espejo crítico de nuestras realidades, sino también como un espacio de emancipación y transformación colectiva?
La exposición “Recherche sur l’origine 1974” de Robert Filliou me parece un buen punto de partida para estas reflexiones. En ella nos muestra la intersección fundamental entre la creación humana y los procesos cósmicos. Su Principio de Equivalencia sugiere que toda forma de creación, incluyendo lo mal hecho y lo no hecho, tiene su lugar en el entramado de la existencia. Esta inclusividad, arraigada en tradiciones socialistas y anarquistas, nos recuerda que la creación artística puede ser un proceso de aprendizaje y un acto de resistencia. ¿Dónde se encuentran precisamente las dimensiones de la estética y la política si no es en el acto de crear, la capacidad colectiva de intervenir en el mundo, imaginar y modificar un determinado estado de cosas? El acto de creación echa por tierra una de las ideas más peligrosas desde el punto de vista social y político: aquella que dicta que “las cosas son como son”. Esta idea (tal vez debería escribir ideología) niega la capacidad de agencia a la vez que se convierte en cómplice de cualquier status quo.
En este sentido, pareciera que el arte tiene una capacidad dual. Por una parte, es una herramienta de reflexión crítica que nos permite conocer mejor el mundo en el que vivimos y tratar de situarnos en él desde la experiencia estética. Por otra, permite también imaginar otros mundos y futuros posibles de manera colectiva. Tal vez sea aquí donde cabe el optimismo lúcido al que Filliou recurrió en sus obras y lo que permite pasar del ámbito de la reflexión crítica al de la acción creativa. La mencionada dualidad se ve reflejada en diferentes teorías filosóficas y maneras de abordar la reflexión sobre la estética desde una perspectiva emancipatoria.
Theodor Adorno, por ejemplo, sostenía que la reflexión crítica es un componente esencial del arte. Para él, el arte debía ser una forma de resistencia ante la cultura de consumo y la industria cultural que tiende a homogeneizar las subjetividades. Por su parte, Jacques Rancière añade otra capa a esta discusión al proponer que la emancipación surge de nuestra capacidad para imaginar nuevas realidades. Según esta perspectiva, el arte tiene el poder de redistribuir lo sensible. No es, por tanto, simplemente una vía de representación del mundo, sino una invitación a repensarlo y reconfigurarlo, a imaginar alternativas que aún no hemos alcanzado, pero que no están completamente fuera de nuestro alcance.
La cuestión del alcance hace que la obra “Optimistic Box #1” de Filliou, creada en 1968 e incluida en la exposición, cobre una relevancia particular. Esta pequeña caja de madera contiene un adoquín y dos cartelas rosas en las que es posible leer: "thank god for modern weapons (…) we don't throw stones at each other anymore." A la vez poética y crítica, la obra plantea una reflexión sobre la guerra y la violencia inherente a la condición humana, pero, sobre todo, una pérdida de fe en el mito moderno del progreso. En un momento en el que circulan tantas imágenes desgarradoras de conflictos bélicos, esta caja optimista cobra un peso y una fuerza amplificados por la perspectiva histórica.
Los adoquines, un símbolo de resistencia durante el Mayo Francés, se convirtieron en armas arrojadizas de una generación que luchaba por su voz y por el derecho a imaginar nuevos modos de existencia. De manera similar, determinadas prácticas artísticas podrían ser consideradas un objeto arrojadizo. ¿Cómo puede el arte contribuir a una política emancipatoria? ¿Cuál es la relación entre estética y política, si no el acto de crear y reconfigurar lo sensible? ¿Tienen estas reflexiones alguna relevancia en un contexto posmoderno como el actual? Al mirar hacia el trabajo de Filliou, vemos una celebración de la creatividad como un acto profundamente político. Su legado, junto con la reflexión crítica de pensadores como Adorno y Rancière, nos insta a ver el arte como un campo de acción donde podemos explorar la complejidad de la condición humana y la posibilidad de un futuro más justo. ¿Demasiado optimismo? En tiempos de conflicto, es fundamental recordar que la creación colectiva tiene el potencial de imaginar y construir realidades tan sólidas como los adoquines.
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Esmeralda Gómez Galera (Ciudad Real, 1993) es investigadora, docente, comisaria y gestora de arte contemporáneo. Con formación en Bellas Artes y Filosofía, es doctora en Artes, Humanidades y Educación. En la actualidad trabaja como profesional independiente del arte contemporáneo con sede en Mallorca, compaginando sus clases en la universidad con proyectos de comisariado y escribiendo la newsletter Highlights contemporary, que pone el foco en la producción artística balear.