Antoni Tàpies y Grup de Treball: Una historia de la crítica institucional

Patricia Sorroche
Abril 10, 2024
Antoni Tàpies y Grup de Treball: Una historia de la crítica institucional

“En realidad, es todo una manera de concebir la obra de arte, toda una actitud, como vemos que no es exclusiva de nadie. [1]

 

La escena artística dentro del territorio nacional durante el último tramo de la dictadura de Franco, y concretamente en Cataluña, se encontraba en un momento de cambio y experimentación, que convivía con el temor y los convencionalismos heredados de las décadas anteriores. Así, el Congreso de Arquitectura de ICSID en Ibiza en el 71 y Los Encuentros de Pamplona del 72, abrían y replanteaban un nuevo panorama dentro del arte.

 

Desde la plástica del informalismo, donde muchos artistas encontraron el espacio para poner en cuestión las políticas que se daban en Europa, se ponía también en relieve el poder político de la obra, en tanto que espacio de crítica y confrontación, dentro de un marco institucional que les avalaba como estandarte del arte nacional. Sin embargo, desde posicionamientos más radicales, aparece la necesidad urgente de llevar la práctica artística al  campo de la experimentación objetual y corpórea. De esta manera, las obras no se entienden en su concepción matérica y plástica sino en su carácter procesual, confiriéndoles una multiplicidad de discursos posibles basada en que todo acto artístico que implique al cuerpo es, en sí mismo, un acto político y constituyente. Como si de una segunda muerte de la pintura –post Malévich– se tratará, surge en Europa el conceptualismo o arte conceptual, que heredaba parte del espíritu Fluxus con la voluntad de poner en cuestión la misma ontología y condición tautológica de ciertas prácticas artísticas. Con ello, los conceptuales apelaban a la necesidad de atender al proceso y no al resultado, despojando a la obra de toda concepción plástica.

 

La confrontación epistolar que tuvieron Antoni Tàpies y Grup de Treball en 1973 asentaba las bases entorno al cuestionamiento de la práctica artística, al tiempo que abría el debate hacia discursos y enunciados sobre el arte como un espacio de resistencia político-social. Este cuestionamiento no apunta sólo a las sociedades, sino a la posición misma del artista y sus condiciones de trabajo, reconocida ahora como un lugar de resistencia y lucha contra los poderes establecidos.

 

Tomando estas ideas, vamos a abordar algunas de las cuestiones que se enunciaron en el artículo de Antoni Tàpies "Arte conceptual aquí", publicado en 1973 en La Vanguardia Española,y el posterior "Documento-Respuesta a Antoni Tàpies",que firmaría Grup de Treball, publicado 7 meses después en el número 21 de la revista madrileña Nueva Lente. Desde ambos textos se asumieron posiciones enfrentadas para abordar una problemática que aún hoy en día sigue estando en el centro del debate artístico.

 

Porque, en vano resultaría hablar desde una posición de bandos entre uno y los otros, pues en realidad lo que en esos meses aconteció fue la necesidad urgente de poner en cuestión los propios fundamentos del arte.

 

Como antecedente, escribía Carlos Santos en un texto, a raíz del encuentro de Banyoles de 1973, donde tuvo lugar el encuentro artístico "Informació d’art concepte"”, en el que apunta:

"Las últimas tendencias en las artes plásticas han llevado una serie de propuestas que han ido acercando las experiencias hacia una reflexión analítica del propio hecho artístico. Esto supone un nuevo punto de observación en lo referente al mecanismo de celebración plástica que se sustituye por un mecanismo de cuestionamiento del arte dentro del arte.[2]"

 

Santos y aquellos que fueron parte de Grup de Treball anuncian la necesidad de poner la propia práctica artística en crisis; cuestionamiento que también se estaba dando en algunas sociedades europeas, que se encontraban en proceso de reconstrucción, pero aún más profunda era esta crisis en el estado español. Para estos, el arte debía responder a las nuevas situaciones sociales y política, abandonado y replanteando los cimientos de una cultura que estaba en brete. Y es justamente ahí, en el cambio, donde se sitúa la práctica conceptual; en el proceso, en la acción, en esa nueva mirada, donde la obra no opera con una finalidad estética o plástica, sino desde un estadio procesual. Es en este proceso donde se pone el foco de interés para la restauración del propio arte como agente social. Pero Grup de Treball no proponían solamente una práctica procesual y objetual, sino también una práctica colectiva y comunitaria: convencidos que en el arte, al igual que en las sociedades,  la reconstrucción solo puede darse desde lo plural y común –es decir, bajo premisas marxista-comunistas.

 

Estas proposiciones trataban de poner contra las cuerdas al informalismo, entre otros movimientos; los cuales se reconocían también como un lugar de lucha política y crítica. Este término acuñado por el crítico Michel Tapié en la década de los 50 a raíz de su artículo Un art autre (1952) nace de la necesidad de dar respuestas a las prácticas artísticas que se estaban dando dentro del continente europeo y que ponían en cuestión la estetización de algunas de ellas; asimismo, el gran desarrollo del arte informalista se dará después de la Segunda Guerra Mundial planteando una ruptura con el arte europeo anterior y en paralelo al expresionismo abstracto que se estaba dando en Estados Unidos.

 

Aquí, Dau al Set fueron los precusores del Informalismo, cuyo gran desarrollo  vino después con las figuras de  Antoni Tàpies, Antonio Saura o Manuel Miralles, que tomaban el relevo de artistas europeos como Wols o Hartung. Esta nueva corriente mira de entenderse como un espacio de experimentación desde el que poner en práctica una crítica sistematizada al contexto político y social, sin unos códigos establecidos, pero desde formulaciones plásticas reconocibles en cada uno de los diferentes artistas.

 

A pesar de su distanciamiento teórico y práctico, tanto el informalismo como el arte conceptual se erigían desde posicionamientos que reclamaban un espacio de enunciación crítica:

“No quisiéramos que lo dicho se interpretara en un sentido peyorativo hacia el conceptualismo en sí, porque la verdad es que desde otros movimientos también se nos tiene habituados a demagogias parecidas”[3] mencionaba Tàpies.

 

Pero a pesar de esto, pareciera imposible la convivencia de distintas posturas desde donde poder hacer un ataque frontal al franquismo y a la delicada situación política que se estaba viviendo. Así, ambas prácticas reclamaban su espacio de representatividad sin saberse, en muchos casos, complementarias. Asimismo, estamos hoy en día en un momento de igual importancia a la hora de reclamar los distintos espacios de enunciación, desde donde poner en cuestión el poder o la propia sociedad. Produciendo la crítica al sistema o a la institución desde múltiples lugares, que en lugar de colectivizarse se individualizan, perpetuando la condición de fragilidad de la práctica frente al sistema capitalista.

 

Es interesante abordar desde aquí otro de los puntos importantes que abre la polémica entre Tàpies y Grup de Treball, y que cómo comentábamos radica en las posiciones marxistas del grupo o las condiciones de trabajo de los propios artistas:

"…para llegar a esto se prevé muy necesaria la inserción política de la práctica artística conceptual, en el desarrollo de la lucha de clases desde las masas y en la línea de su vanguardia dirigente, hacia la transformación revolucionaria de todas las estructuras que emanan de los sistemas capitalistas y del nuestro en particular […] se produce un rechazo de esta por aquella y se le niega la utilización de los medios de expresión (producción) y de difusión (comunicación) por la misma naturaleza de su producción ideológica (objeto-cultural), colocando el artista ante la necesidad de replantear su situación desde la óptica de la marginación. […] Desde la marginación no se ofrecen mercancías sino propuestas de trabajo (co-creación) y materiales. La retribución económica hace falta que sea exigida bajo el concepto de prestación de trabajos y servicios.[4]

 

Muchos son los conceptos y diatribas que nos encontramos en estas últimas líneas del “Documento-Respuesta a Tàpies”: la condición de clase que determina en su totalidad el artista y su práctica; el capitalismo y el postfordismo como sistemas de producción donde la obra de arte se entiende desde una plusvalía y no desde un espacio de creación; y finalmente, la necesidad de tener unas condiciones económicas y laborales dignas para los artistas y creadores. Desafortunadamente, casi cincuenta años después estás premisas siguen estando en el centro del debate artístico; se sigue reclamando el reconocimiento a la creación como sistema de trabajo y la creación de un estatuto del artista que proteja la propia actividad.

 

Este estatuto debe recoger unas condiciones de trabajo que saquen de la precariedad al colectivo de artistas. Un colectivo que es vulnerable frente a las instituciones y al sistema, ya que no dispone de un espacio de reconocimiento contractual y de condiciones laborales, en muchos casos. Grup de Treball y Tàpies convocaron los lugares de tensión y fricción que se estaban dando dentro del debate artístico, pero sobre todo abrieron el camino hacia una autorreflexión de la propia práctica artística, de la figura de los artistas y de los procesos de creación. Conversaciones que inauguraron, dentro de un contexto de represión, la posibilidad de reconocer el arte como un espacio para la reparación social, y que ya entonces apuntaban a una crítica que seguiría dándose en el futuro con premisas que aún hoy siguen sin consenso. 



[4] Grup de Treball, “Documento-Respuesta a Tàpies”, Nueva Lente, 1973.


[3] Op Cit. 1


[2] Carlos Santos, “Informació d’Art Concepte”, Banyoles, 1973 [traducción propia].


[1] Antoni Tàpies, "Arte conceptual aquí", en La Vanguardia Española, 1973.