Una semana de cobre en Pamplona

Alán Carrasco
Enero 30, 2023
Una semana de cobre en Pamplona

En 1972 tuvieron lugar los Encuentros de Pamplona, un inesperado evento internacional que se convirtió en referencia de la experimentación artística de esa década en el Estado español. Entre el 26 de junio y el 3 de julio de ese año –apenas una semana antes de las fiestas de San Fermín–, Pamplona acogió el trabajo de más de 350 artistas visuales, artistas de acción, músicos y compositores de primer orden que alinearon fugazmente a la vieja capital tradicionalista con la 36ª Bienal de Venecia o la Documenta 5 de Kassel: Néstor Basterrechea, Esther Ferrer, Laura Dean, Francesc Torres, Antoni Muntadas, John Cage, Carlos Ginzburg y el Centro de Arte y Comunicación (CAyC), Dennis Oppenheim, Luc Ferrari, Steve Reich, Jordi Benito, Equipo Crónica o Shusaku Arakawa, entre otros.

 

Lo que inicialmente pretendía ser un sobrio ciclo de conciertos para honrar la memoria del recientemente fallecido Félix Huarte –el patriarca de la familia de industriales y constructores franquistas más importante de Navarra–, terminó convirtiéndose en un encuentro de la vanguardia, tanto foránea como nacional, que acercó al público general las últimas manifestaciones de la poesía visual, de arte conceptual, arte de acción, videoarte, arte generado por ordenador, música electrónica o cine experimental en diálogo con las vanguardias históricas y con manifestaciones culturales populares. La coordinación del evento fue encargada a los artistas del Grupo ALEA Luis de Pablo y José Luis Alexanco, quienes ya habían contado con el mecenazgo y la confianza previa de los hermanos Juan y Jesús Huarte, herederos del conglomerado empresarial iniciado por su padre y, a la sazón, los mecenas más importantes del arte español de posguerra. 

 

Pero pronto, lo que parecía que iba a ser una gran fiesta, se convirtió en una mascarada.¹ Siguiendo esta idea de Díaz Cuyás, los Encuentros rápidamente se convirtieron en una suerte de carnavalización –en el sentido bajtiniano del término–, en el que también entraron en escena, como no podía ser de otra manera, algunas figuras que no habían sido invitadas: ETA colocó dos bombas en apenas tres días, el Obispo de Pamplona se manifiestó en contra de la "dudosa moral" de todo lo que tenía que ver con los Encuentros, cientos de octavillas fueron lanzadas por alguna de las múltiples organizaciones ultra en las que denunciaban una suerte de conjura de "maricones y prostitutas" [sic] que se había dado cita en la ciudad, el PCE y otras organizaciones de la izquierda denunciaron el blanqueamiento al régimen y sus élites empresariales que suponía el evento… 

 

Pero claro, no podemos olvidar que nos encontramos en el tardofranquismo, un contexto en que el aperturismo ya se ha instalado y parece irreversible, pero en el que el régimen sigue reprimiendo (y asesinando), en el que las organizaciones de la izquierda operan en la clandestinidad (sólo dos días antes de la inauguración de los Encuentros el Tribunal de Orden Público iniciaría el Proceso 1001 contra los dirigentes de CC OO, cuya dirección sería condenada a 160 años de cárcel) y en el que los reaccionarios, temerosos de perder su influencia y hegemonía (lo están percibiendo en el campo cultural) han de redoblar esfuerzos.

 

La producción cultural asumió un rol excepcionalmente complejo en los Encuentros pues, aunque Pamplona se convirtió durante unos días en una plataforma de difusión de ciertas formas de producción "no oficiales", esa propia reproducción invertida de "lo oficial", como indica Díaz Cuyás, también terminó consolidando el statu quo y la jerarquía de valores vigente. En medio de esa complejidad, no sorprende que cada quién diera su mejor versión para justificar su participación (o su ausencia). Incluso algunos artistas, otrora beneficiarios del mecenazgo de los Huarte, ahora rechazaban participar en el evento y se rasgaban las vestiduras en una sobreactuación de pureza moral y política. Era el momento de posicionarse. Había que estar en el lado correcto de la historia. Pero algunos, en pleno 1972, ya sufren de ese tan contemporáneo FOMO² y titubean. 

 

Si el objetivo de los Encuentros era regalar una fiesta a la ciudad, tomando el espacio público para disolver el arte y la vida, lo que aconteció en Pamplona fue, sin lugar a dudas, un éxito. Mientras parte del público especializado (también la prensa y la crítica) no terminaba de comprender qué estaba pasando en medio de todo ese gran desorden, una inicialmente sorprendida ciudadanía se volcó catárticamente con los eventos que habían tomado, literalmente, su ciudad. 

 

El autor italiano Erri de Luca habla de los "Años de cobre" como contraposición al término "Años de plomo" con el que habitualmente se nombran los conflictivos años 70 en Italia. Y lo hace porque para él, el cobre facilita como ningún otro metal la conducción y la conexión y, por tanto, sirve como metáfora de esas otras experiencias generosas que también hubo en los años 70: la posibilidad del intercambio, la comunicación y la palabra. En el caso que nos ocupa, en medio de los boicots, réplicas, contraprogramaciones, acusaciones cruzadas y manifiestos, de simposios que terminaron transformándose en acaloradas asambleas, de arquitecturas neumáticas que metafóricamente terminaron colapsando, de casos de censura "preventiva", de la inflación y mitificación a la que han sido sometidos en sus consecutivos aniversarios³, los Encuentros de Pamplona supusieron nuestra particular "semana de cobre": una anomalía inesperada en la que parecía que casi todo podía ocurrir. Después llegaría el fin de fiesta.

 

 

 

1. "Con los Encuentros de Pamplona ocurre como con los carnavales: se pueden interpretar como un ejercicio de liberación, una expresión de la cultura no oficial, un ataque contra la jerarquía de valores, una reivindicación del cuerpo, etc.; o bien como una reproducción invertida de lo oficial que actúa como válvula de escape y que, en última instancia, sirve para consolidar la jerarquía de valores vigente. Este es el carácter esencialmente ambivalente del carnaval, y creo que es también el único modo de interpretar aquella equívoca fiesta de Pamplona." Díaz Cuyás, J. (2004), "Pamplona era una fiesta: Tragicomedia del arte español", en Desacuerdos. Sobre arte, políticas y esfera pública en el Estado español, nº1, Madrid: Arteleku / Diputación Foral de Gipuzkoa, MACBA Museu d'Art Contemporani de Barcelona y UNIA Universidad Internacional de Andalucía, pág. 19.

 

2. Este "síndrome", muy extendido hoy día en relación con la tecnología y los usuarios de redes sociales, recibe sus siglas de la expresión en inglés "fear of missing out", que se traduciría como "temor a perderse algo".

 

3. Entre julio y septiembre de 1997 la Biblioteca del MNCARS programó "Los encuentros de Pamplona 25 años después", coincidiendo con esa efeméride. En octubre de 2009 y febrero de 2010 el MNCARS programó la exposición "Encuentros de Pamplona 1972: Fin de fiesta del arte experimental". Finalmente, el pasado 2022, coincidiendo con el 50º aniversario, el Ayuntamiento de Pamplona organizó la efeméride que, institucionalizada, ha pasado fundamentalmente inadvertida.