A finales del 2020 el actual ministro de cultura español José Luis Rodríguez Uribes aseguraba que "por primera vez" el sector de la cultura no iba a ser "el pagano" de la crisis generada por la covid-19 gracias a las ayudas y a los incrementos presupuestarios que se preveían para el año 2021. Son declaraciones verdaderamente curiosas porque encierran implícitamente que la cultura siempre acaba siendo "la pagana". Se da por sentado que la partida de cultura es la que siempre es más fácil y cómoda de recortar. Porque al fin y al cabo: ¿Qué porcentaje de la población se manifestaría si se cerrara un museo? ¿Cómo serían las protestas en la calle si la mayoría de galerías de arte se vieran obligadas a cerrar sus puertas?
La relación entre cultura y política encierra siempre contradicciones. Históricamente, el arte y la cultura han sido herramientas para la vanagloria y la propaganda de los poderosos, y por otro lado los artistas y creadores han trabajado a su servicio pero también han criticado el poder en un delicado y natural equilibrio. Lorenzo de Médici no era ningún santo políticamente hablando pero cuando crea su "jardín de escultura", una escuela gratuita para jóvenes artistas con talento donde se formó Michelangelo, no solo lo hace para presumir de su poder, sino por el placer estético y sobretodo intelectual que le proporcionaba tener a los artistas cerca y promocionar el arte.
Pero el Renacimiento ha muerto y los valores de la Ilustración parece que se van al garete en este convulso primer cuarto del siglo XXI. "El arte y la cultura no interesan", se dice por ahí. Es una frase muy manida y también una puñalada inmensamente dolorosa para creadores y agentes culturales porque sabemos que es cierta, desgraciadamente. Es una afirmación que se usa básicamente cuando se calculan las bajas audiencias culturales pero eso no es lo más grave. Ese desinterés proviene del propio poder y de sus representantes y esto no es solo patrimonio de la "derecha" sino que progresivamente ha contagiado también a la política supuestamente progresista.
La pandemia ha elevado exponencialmente el cinismo que envuelve las relaciones entre arte y poder con el objetivo de "maquillar" un desapego ya prácticamente endémico por la cultura. En los primeros meses del confinamiento, la cultura parecía que de repente era muy importante. Si unos chavales decidían tocar música en una terraza eran ensalzados a niveles insospechados. De repente también, cuando los museos estaban cerrados al público se hablaba más que nunca de ellos en los medios de comunicación y en redes sociales, un fenómeno internacional que incluso se referenciaba en un informe de la UNESCO, publicado en mayo de 2020. Es decir, un museo cerrado es mediáticamente más interesante que un museo abierto y con poco público.
En un momento en que tantas personas tenían más tiempo libre se "descubría" de repente, como si fuera una gran novedad, que la cultura y el arte es importante para "alimentar el alma" o simplemente entretenerse. La confusión entre la cultura entendida como herramienta de conocimiento y de transformación políticosocial, y la entendida como puro entretenimiento es extrema en estos tiempos de pandemia. La cultura del espectáculo ha ganado la partida. Una prueba es la identificación que los políticos hacen en sus declaraciones, cada vez más frecuente, entre artes escénicas y del espectáculo con cultura en general. Solo el sector editorial se salva a menudo de esta generalización pero las artes visuales siguen siendo la hermanita pobre del sector cultural. No es ninguna novedad. Pero la creatividad no está en crisis, afortunadamente. En mi opinión, incluso diría más: es un excelente momento para el arte. Hay talento, hay energía. Conviven artistas consagrados con una generación joven, valiente y crítica. Solo habría que romper la barrera del cinismo.
La barrera del cinismo
Montse Frisach
Mayo 5, 2021