Una de las mayores dificultades a las que nos enfrentamos como sujetos humanos –especialmente si somos proclives a la reflexión y al autoanálisis–, es tal vez la de vivir coherentemente; es decir, la de actuar de acuerdo con los valores y los principios que profesamos, de manera que exista una cohesión entre estos y nuestras acciones. El arte, como espacio de producción de pensamiento crítico, se encuentra a menudo con la dificultad de la coherencia; o más bien dicho, con el problema de la incoherencia que surge de defender en el terreno teórico ciertos postulados que muy a menudo no encuentran una traducción consecuente en el plano operativo. La lista de contradicciones entre el pensar y el hacer, entre el dicho y el hecho es notablemente larga en el terreno del arte, y si bien nos esforzamos en acortarla, analizando esas incoherencias con el afán de resolverlas, el tiempo que tardamos en mitigarlas es siempre muy inferior al veloz ritmo con el que sumamos a ese listado nuevos aspectos contradictorios entre el discurso y la práctica.
Una de las líneas discursivas críticas que más presente ha estado en las artes y el pensamiento contemporáneo en las últimas décadas ha sido la de la postcolonialidad o la de la “condición postcolonial”, como alternativamente la denominan algunos teóricos para poner pertinentemente de manifiesto que ese “post” no indica para nada una superación o un estar “más allá de”. Y es en esta línea discursiva, en esta revisión crítica de la persistencia en nuestro presente de aquellas lógicas de dominio y explotación características del proyecto colonial donde encontramos, en el campo del arte, una de las incoherencias más sonantes y mayúsculas entre la práctica y el pensamiento. La contradicción radica en el hecho de que esta linea de discurso “descolonizador” se materializa casi siempre –en ensayos, artículos, conferencias y debates– a través de la lengua inglesa.
Un idioma, una lengua no es solo un sistema de comunicación, sino que es también un sistema de pensamiento, la codificación linguística de una manera de ver y pensar el mundo. Al promover el inglés en el sector del arte global como el único idioma realmente legitimado se fortalece una política imperial contemporánea basada en el lenguaje, algo que resulta especialmente chocante, incluso cínico, cuando el debate se centra en la revisión crítica de la colonialidad.
En su texto Hablar en Lenguas. Una carta a escritoras tercermundistas1, la autora y activista estadounidense de origen chicano Gloria Anzaldúa lo expresaba de manera contundente recuperando los versos de la poeta Cherríe Moraga:
Me falta imaginación dices
No. Me falta el lenguaje.
La carta de Anzaldúa denuncia cómo la discriminación y la construcción de la subalternidad se ejerce también a través de los usos lingüísticos. “Nuestro lenguaje, también, es inaudible. (...) Porque ojos de blancos no quieren conocernos, no se molestan por aprender nuestro lenguaje, el lenguaje que nos refleja a nosotras, a nuestra cultura, a nuestro espíritu.” Anzaldúa también expresa cómo el hecho de negar a alguien la posibilidad de estudiar en su propia lengua puede ser una forma de violencia. “Aún no he desaprendido el lavado de cerebro, la mierda esotérica y el pseudointelectualismo que la escuela ha forzado en mi escritura. Cómo empezar de nuevo. Cómo aproximar la intimidad y la inmediación que quiero. (...) Las escuelas a que asistimos o no asistimos no nos dieron las habilidades para escribir ni la confianza en que teníamos razón de usar los idiomas de nuestra clase y etnicidad. (...) Y no se nos enseñó español en primaria. Y no se nos exigió en la secundaria. Y aunque ahora escribo mis poemas en español tanto como en inglés siento el robo de mi lengua nativa.”
No estoy haciendo un alegato a que cada uno hable su propia lengua y basta, a que nos encerremos en la arquitectura de un único idioma. Más bien lo contrario. Reivindico que los epicentros del arte sean más sensibles y más porosos a las lenguas del mundo, en especial a aquellas que no son hegemónicas. Que no den por sentado que el artista, el teórico o cualquier otro agente al que inviten a hablar o a escribir lo debe hacer en inglés, sino que pongan a disposición de esos agentes los recursos de traducción e interpretación para que se exprese en la lengua que desee hacerlo. Y no solo en los contextos de habla inglesa; también en los que no lo son debemos dar prioridad a esas otras lenguas. El catalán, el castellano, el francés, el italiano... son todas lenguas de origen románico, derivadas del latín. Entre ellas hay muchos más elementos comunes de los que cualquiera de estos idiomas comparte con el inglés. ¿Por qué en el contexto catalán o español, cuando se invita a un teórico italiano o a un artista francesa adoptamos todos rápidamente el inglés como forma de comunicación entre nosotros? ¿Por qué en cambio cuando invitamos a un agente anglosajón no esperamos que hable o chapurrée en el idioma local? Todas estas actitudes no hacen sino reforzar un centralismo idiomático que empobrece la riqueza de esa diversidad cultural que tanto defendemos en nuestros discursos.
En 1992, el artista Mladen Stilinovic denunciaba la posición hegemónica que el inglés ostenta en el sistema del arte global mediante una pancarta de tela rosa en la que, en letras mayúsculas, declaraba que un artista que no puede hablar inglés no es un artista. Tal frase, a pesar de que Stilinovic era croata, está redactada en lengua inglesa, lo que confiere a su declaración una potente ambigüedad: siendo un enunciado crítico, es al mismo tiempo una demostración del acato, por parte del artista, de ese paradigma lingüístico dominante y discriminador. Pero más allá de lo que esta obra de Stilinovic pueda tener de ironía, de juego y de denuncia, lo cierto es que si esta pancarta se ha convertido en una pieza de referencia en el arte contemporáneo es entre otras cosas por el hecho de que el mensaje está redactado en inglés. Si la frase estuviera escrita en croata, posiblemente no estaríamos hablando de ella en este artículo.
La eclosión de Internet y de la tecnología digital no ha hecho sino reforzar en extremo este imperialismo lingüístico. La red nos seduce con la promesa de un alcance internacional, pero esa internaciolanización exige casi siempre que usemos la lengua inglesa en detrimiento de otras. En un debate en la Biennal del Pensament de Barcelona, la periodista Claudia Rius habló sobre la pérdida linguística provocada por la consolidación de las grandes estructuras digitales2. Rius mencionaba el hecho de que en el año 2020, Google solo está disponible en 164 lenguas de las 6.000 que aproximadamente se hablan en el mundo, y citaba a Mark Graham, investigador del Oxford Internet Institute, quien asegura que esta desigualdad “tiene el potencial de reforzar patrones de producción y representación de la información propios de la era colonial.”
El escritor Ngugi Wa Thiong'o, uno de los autores africanos más célebres, tomó hace años la decisión radical de dejar de usar el inglés en sus libros y escribir solo en gikuyo, la lengua de su etnia kikuyu. “Un gobierno africano me encarceló por escribir en una lengua africana. En prisión, me pregunté por qué ocurría eso. Y empecé a pensar en el tema de los idiomas en la historia, el fundamento colonial de la desigualdad de poder entre las lenguas. Y me di cuenta de un fenómeno muy interesante: allá donde ha habido un poder colonial, la primera cosa que destruye o controla es el idioma de la gente. El idioma es crucial para el colonialismo y el imperialismo. Y quise escribir una novela en la cárcel en el idioma gikuyu como ejemplo de mi resistencia”3.
En estos discursos bienintencionados que nos instan a descolonizar la historia, los museos y la academia debemos iniciar nosotros también nuestra propia resistencia; una resistencia linguística, multilingüe, que ponga en disputa la centralidad discursiva del inglés y la enriquezca con otras lenguas, con otros giros, con otras entonaciones que no solo dicen el mundo de otra manera, sino que lo piensan también de un modo distinto, poniendo de manifiesto que la realidad no es una y unívoca, que no todo es traducible, y que la cultura des de la cual se piensa y se habla es también un patrimonio, un lugar de subjetividad y diferenciación que no puede ser expropiado. Y así, tal vez, lograremos que un artista que no habla inglés pueda ser un artista, y que una teórica de la postcolonialidad que no hable inglés pueda ser un teórica de la postcolonialidad.
1 Escrita originalmente para (ed.) West, C. (1985), Words in Our Pockets, San Francisco: Bootlegger Press.
2 Rius, Claudia (2020). El català i el colonialisme lingüístic digital. A Núvol digital. Consultat el juny de 2020. https://www.nuvol.com/llengua/el-catala-i-el-colonialisme-linguistic-digital-128001
3 Wa Thiong'o, N. (2019), Ngugi Wa Thiong'o: "Yo quiero competir con Cervantes" / Entrevistado pr Pedro Alonso, La Vanguardia. Consultado en junio de 2020. https://www.lavanguardia.com/vida/20190416/461692399499/ngugi-wa-thiongo-yo-quiero-competir-con-cervantes.html.