Eugenio Merino Spain, 1975
16 porcelain plates with gold ceramic serigraphy and ceramic photo.
Blanquear es esto
por
Steven Forti
Steven Forti es profesor de Historia
Contemporánea de la Universitat Autònoma de Barcelona. Sus últimos libros son Democracias
en extinción. El espectro de las autocracias electorales (Akal, 2024) y Extrema
derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla (Siglo XXI, 2021).
Llevamos
preguntándonos más de medio siglo si el fascismo ha muerto. Por mal que nos
pese, una ideología no puede morir nunca. Sencillamente, el fascismo ha sido
derrotado militarmente en 1945 (excepto en la península ibérica…). Sin embargo,
en la actualidad no hay regímenes fascistas propiamente dichos y los partidos
explícitamente fascistas siguen siendo ultraminoritarios. Al menos, de momento…
Ahora
bien, en estos años veinte del siglo XXI la extrema derecha está en auge: en
los últimos quince años, no solo ha aumentado su consenso electoral en todos
los países occidentales, sino que ha llegado al gobierno en distintas
latitudes. En las elecciones europeas, la ultraderecha ha pasado de menos del
4% de los votos en 1984 a más del 25% en 2024. Hasta principios de los noventa
ningún país europeo estaba gobernado por formaciones de extrema derecha: en
2025, los ultras se sientan en el consejo de ministros de una decena de países
de la UE. Al otro lado del Atlántico, el panorama no es muy distinto.
Esta
(nueva) extrema derecha no es el fascismo de Mussolini, Hitler o Franco. Puede
haber elementos de continuidad desde el punto de vista ideológico y discursivo,
más o menos marcados según el país, pero hay también diferencias notables. Esto
no significa, ça va sans dire, que la extrema derecha no sea un peligro.
Al contrario, es la mayor amenaza para los valores democráticos y por la misma
supervivencia de las democracias liberales. El caso de la Hungría de Viktor
Orbán, que gobierna con mano de hierro en Budapest desde 2010, es
paradigmático: el país magiar ya no es una democracia plena, sino una
autocracia electoral donde no existe separación de poderes, el pluralismo
informativo brilla por su ausencia y los derechos de las minorías son un lejano
recuerdo.
Hungría
no es un caso aislado. El Salvador de Nayib Bukele y el Israel de Benjamín
Netanyahu siguen la misma senda. Ley y Justicia intentó convertir Varsovia en
una nueva Budapest: de momento, se quedó con el trabajo a medias. En Italia, Giorgia
Meloni, sonrisas mediante, está trabajando para poner en práctica su vía
italiana al orbanismo. Entre exabruptos y citas de la Torah, Javier Milei está ensayando
su distopia paleolibertaria en Argentina, mientras que en Estados Unidos el
nuevo compromiso autoritario sellado por Donald Trump y los tecno-oligarcas à
la Elon Musk nos está mostrando cuál puede ser el Brave New World del
tercer milenio. Pero el listado de esta nueva familia global es largo: Jair
Bolsonaro, Marine Le Pen, Santiago Abascal, Nigel Farage, Alice Weidel, Geert
Wilders, Herbert Kickl, André Ventura… Algunos han llegado ya al gobierno,
otros pueden llegar en un futuro no muy lejano.
Cuando
en el año 2000 la extrema derecha entró por primera vez en el ejecutivo de
Austria, la UE aplicó sanciones a Viena. Cuando dos años más tarde Jean-Marie
Le Pen pasó a la segunda vuelta de las presidenciales francesas, hubo una
movilización masiva en el Hexágono para frenar al líder del Frente Nacional.
Ahora, en cambio, Meloni es presentada como una líder moderada y responsable,
Kickl parece un “mal menor”, Wilders supuestamente no representa una amenaza y
Milei ya no es un “loco”, sino un estadista que ha arreglado la economía
argentina…
Llevamos
más de dos décadas de blanqueamiento de la extrema derecha. Todo empezó en la
Italia de 1994, cuando Berlusconi le abrió las puertas del gobierno a los
neofascistas del Movimiento Social Italiano. La normalización y la legitimación
empezó entonces. De aquellos polvos, estos lodos.
La
extrema derecha ha entendido que debía presentarse como más cool y hablar el
lenguaje de la gente común, pero al mismo tiempo debía trabajar para resultar más
aceptable, desvinculándose del fantasma del fascismo. Internet y las redes
sociales ayudaron. Los medios tradicionales se convirtieron, consciente o
inconscientemente, en sus altavoces. La derecha mainstream no supo, ni quiso
tomar distancias del monstruo. Al contrario, compró su discurso y se alió con
él. Incluso, liberales y socialdemócratas aplican políticas que podemos definir
posfascistas, sobre todo en temas como la inmigración.
En
los últimos treinta años, la extrema derecha se ha blanqueado. El lavaplatos ha
funcionado a toda pastilla. Pero, los platos rotos los pagamos todos nosotros:
una sociedad sin norte que no sabe llamar por su nombre el saludo nazi de Musk,
las políticas imperialistas de Trump, el genocidio israelí en Gaza, el
autoritarismo de Meloni. Bienvenidos a este nuevo mundo salvaje. Que Dios -o
quién sea- os coja confesados.